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Una armonía perfecta

Texto: Francisca Urroz Fotos: Pablo Casals Aguirre

Una familia logró transmitir a una casa todo su gusto estético y funcional. El resultado fue una construcción ligera de inspiración japonesa, llena de detalles arquitectónicos que permiten una perfecta integración entre su interior y el paisaje que la rodea.

La historia parte así: un abogado amante de la buena arquitectura, una artista visual y la hija de ambos, una estudiante de Arte, querían construir su propia casa en la playa. Unidos por una gran sensibilidad por el diseño, querían algo que los identificara, por lo que se involucraron los tres al 100% en el proyecto. Se demoraron tres años en encontrar un terreno, pero el que tenían en mente tenía varias limitantes que los hicieron dudar: nadie se había interesado en él, no tenía vista al mar y su forma era compleja, pero visualizaron su potencial. Subidos en una escalera pudieron imaginar una casa en altura con una vista excepcional, sin construcciones por delante, solo bosque y mar.

Ya con el terreno listo -cerca de Zapallar- se unieron al proyecto los arquitectos Santiago Valdivieso y Stefano Rolla. El pedido lo tenían claro: tenía que ser una casa de líneas simples y puras, sin escaleras, para pasar ahí una futura vejez, fácil de mantener y, por sobre todo, de buen diseño en sus detalles, que acentuara la horizontalidad entre el mar y los paisajes y que invitara a la meditación, la paz y la tranquilidad. La respuesta la encontraron en el engawa japonés, que es lo que hoy le da su nombre: Engawa House.

El concepto se define así: “Denominación de una pasarela de madera que se conecta con las ventanas y puertas corredizas en los cuartos de las casas tradicionales japonesas. Este es un espacio de transición entre interior y exterior, entre el niwa (jardín) y los washitsu (habitaciones), que sirve de entrada y de conexión entre las distintas habitaciones”. Y este es el principal sello arquitectónico que propusieron Valdivieso y Rolla. Se trata de una casa de 154 metros cuadrados interiores, rodeada por un espacio intermedio, que se mueve entre el interior y el exterior. Esta suerte de galería o corredor está compuesto de tres terrazas protegidas por una celosía construida sobre la base de un entablado de madera, que hacia el exterior puede estar abierta o cerrada. Este elemento constructivo es el que permite a sus dueños tener privacidad, pero al mismo tiempo poder mirar el mar y resguardarse del viento propio de la zona. Además de proteger la casa, crea una atmósfera capaz de adaptarse a varios usos y estados de ánimo, generando un efecto de lámpara iluminada en la noche.

“Pensamos en un diseño que tuviera una piel de raulí y que reaccionara al exterior. De ahí que el cierre de la casa no sean los ventanales, sino el espacio intermedio y los postigos. Los dueños van harto y la casa debía adaptarse al clima y las estaciones: a veces se puede tener todo abierto o totalmente protegida”, cuentan los arquitectos. Estos módulos fueron trabajados de forma artesanal, lo que generó el desarrollo de varios prototipos hasta llegar a la versión final. De hecho, fue uno de los últimos elementos que se incorporaron y los prototipos que no se usaron hoy funcionan como banquetas en la terraza superior de la casa.

Otro de los requerimientos fue lograr transparencia en su interior. Una planta abierta conecta living, comedor y cocina, y se proyectaron tres habitaciones. El resultado es un espacio casi sin muros laterales, solo vidrio, lo que permite atravesar la casa con la vista. Además, su emplazamiento permite tener vistas a paisajes muy diversos y casi en 360 grados. Desde su interior se ven las rompientes de mar al oeste, una gran bahía de mar al oriente y un bosque al norte.

“La pandemia nos hizo venir mucho más, el teletrabajo me permite hoy instalarme acá por periodos más largos. Disfruto este lugar, leer en el living, escuchar música con el mar de fondo. Hoy es mi lugar favorito”, cuenta su dueño.

A diferencia de otras construcciones de la zona, la estructura de esta casa no es de hormigón. Como la idea era lograr algo ligero, casi flotante, trabajaron con acero, vidrio y raulí. Para lograr la conexión y vista hacia el mar, se proyectó un diseño que solo se despega de la topografía natural en la pendiente. De esta forma, mientras el volumen se alza, va cambiando su anclaje al terreno. Inicia sobre pilotes regulares y termina sobre un apoyo cuádruple en forma de diamante que se pintó rojo, una idea de la hija de los dueños de casa, que hoy se ha ido cubriendo con plantas.

El paisajismo de la Engawa House fue desarrollado por la arquitecta y paisajista Alejandra Marambio, quien enfatizó el vuelo de la casa sobre el sitio, entregando soltura y movimiento con las plantas. Prima una paleta nativa y de especies adaptadas a un régimen hídrico bajo y a la salinidad, que no requiere de gran mantención. “Las asociaciones vegetales escogidas buscaban aumentar la diversidad de especies de flora y fauna que componen los ecosistemas existentes, apoyando la continuidad de alimento y un carácter asilvestrado”, explica Alejandra.

Carolina Vildósola, la dueña de casa, es artista visual y diseñadora, con una amplia trayectoria muy vinculada al arte japonés y oriental, por el que ha recibido importantes premios de trabajo en bienales de Japón. Además de su activa participación en todas las etapas del proyecto, Carolina fue la responsable de ejecutar una decoración y diseño interior limpio, que conversa con la arquitectura, y también ha continuado desarrollando el paisajismo después del proyecto inicial.

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2022-01-03T08:00:00.0000000Z

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