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La plaza por Paula Livingstone

Arquitecta, Universidad Católica Master in Landscape Architecture, University of British Columbia, Canadá Socia de JL Arquitectura Paisaje Profesora Adjunta, Facultad de Arquitectura UC

Una fuente, escaños, un monumento, árboles grandes, árboles pequeños, ejes claramente marcados, troncos, pintura blanca, pasto, artesanía, un odeón y sombra, mucha sombra. Alrededor un correo, una iglesia, una municipalidad. Algunos la llaman plaza central, plaza de armas o plaza mayor, otras tienen su propio nombre, lo importante es que donde uno vaya, sea pueblo, ciudad o capital, siempre buscaremos o nos encontraremos en la plaza.

Le debemos un tributo a la plaza, nos ha cobijado durante siglos de historia y más aún durante los últimos años de pandemia y cuarentena. Escogimos un lugar abierto, natural, con sombra, para encontrarnos, para jugar y conversar. Las plazas de cada pueblo se transformaron en lugares vivos, colmados de adultos, niños y animales, todos buscando un respiro, un aire, una interacción... La plaza retornó a su función original: de encuentro, socialización y debate.

Las plazas centrales de Chile poseen todas características muy similares. De norte a sur, se identifican por su ubicación central, su forma, sus árboles y todos los componentes ya descritos. Responden a un patrón fundacional, dictado por los reyes católicos Fernando e Isabel, quienes declararon que “todo pueblo debía tener un espacio abierto donde se pudiera establecer el mercado y la casa consistorial del ayuntamiento”. Así fue como se despejó un terreno central desde donde se organizaron nuestras ciudades y poblados, se establecieron ejes principales y se plantaron árboles, en su mayoría europeos, para generar sombra y cobijo. Se agradece el gesto, se agradecen años de historia, se agradece recorrer Chile y buscar siempre la plaza para comenzar a conocer. Nos otorga una especie de seguridad, de sentido de pertenencia, de conocer el origen.

Sin embargo, qué interesante sería que cada plaza, ubicada en el mismo lugar donde se encuentra y construida sobre la base de los mismos elementos, se identificara por sí misma como un espacio único y propio de cada localidad. ¿Qué pasaría si cada plaza respondiera a la riqueza natural y particular de nuestro país? ¿Si cada una atendiera a las condiciones edafoclimáticas de cada lugar? Imaginar, por ejemplo, la plaza de Punta Arenas atiborrada de lengas (Nothofagus pumilio) con hojas amarillas y rojas en otoño, o cientos de chañares (Geoffroea decorticans) en la plaza de Copiapó. ¿Cómo se verían nuestras plazas de la zona central con bellotos del norte (Beilschmiedia miersii), quillayes (Quillaja saponaria) y peumos (Cryptocarya alba)? Sin duda, sería un acierto imaginar cada plaza como un pequeño paisaje representativo de la inmensa cantidad de paisajes que tenemos en Chile. ¿Qué tal si pensáramos nuestras plazas no como un tablero en blanco al cual se le incorporan y sistematizan elementos, sino como una explosión, una exageración de vegetación que da muestra de nuestro paisaje de origen?

Existen algunos buenos ejemplos: tenemos pimientos centenarios (Schinus molle) en San Pedro de Atacama, que aunque no son árboles nativos, se cultivan aquí desde tiempos prehispánicos y conforman parte de nuestro patrimonio cultural. También está la remodelación de la Plaza de Armas de Santiago, que en el año 2014 incorporó 41 árboles nuevos, entre ellos, 12 palmas chilenas (Jubaea chilensis). Por último, la actual remodelación de la Plaza de Coyhaique, que incluye la plantación de 50 árboles nativos, iniciativa que busca renovar la imagen natural y potenciar la identidad regional.

Suena ambicioso y la idea no es talar y empezar todo de nuevo, sino comenzar a observar el entorno y repensar nuestros centros fundacionales como el lugar de encuentro de nuestras ideas y nuestros propios paisajes. Qué admirable sería recordar cada ciudad o poblado de Chile con una imagen, con un paisaje natural que lo represente.

Óptica

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2022-01-03T08:00:00.0000000Z

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