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La hebra de Juana Gómez

Texto: Francisca Urroz Fotos: Constanza Miranda

En el mismo espacio donde vive la galería de arte contemporáneo NAC está el taller de la artista Juana Gómez (41). Y aunque lleva en esta casa de Vitacura cerca de dos años, acaba de dar un salto al cambiarse a un espacio más amplio y luminoso, donde borda, hace pruebas de color, dicta clases y crea, siempre con el verde del jardín como telón de fondo.

Un gran textil bordado en punto cruz, aún en proceso, y un torno de cerámica instalado junto a un ventanal son protagonistas en el taller de la artista visual Juana Gómez (41 años). Aunque ha trabajado en esta casa de Vitacura durante más de dos años, hace dos meses se trasladó a un espacio más amplio y luminoso, donde ha podido dar rienda suelta a sus creaciones y nuevos “experimentos” –como los llama– en cerámica.

En este lugar, donde también Lunciona la galería de arte contemporáneo NAC, Juana trabaja con el verde del jardín como telón de Londo. Es en este reLugio donde borda, hace pruebas de color con óxidos naturales, dicta clases en las tardes y donde puede quedarse hasta bien entrada la noche creando, siempre junto a Pina y Kali, sus perros compañeros que circulan libremente por el taller.

Licenciada en Arte por la Universidad Católica, Juana estuvo varios años alejada del mundo artístico. Pero el 2015 volvió con un trabajo que combinaba anatomía y arte, a través de un lenguaje que conocía desde muy chica: el bordado. Este oficio, heredado de su mamá y de su abuela, le sirvió como base para intervenir a mano Lotos de su propio cuerpo y, más tarde, retratos Lamiliares. Con hilo y aguja bordó venas, arterias, redes neuronales y órganos, dejando en evidencia la estrecha relación que existe entre el mundo interno y el externo, desde las nervaduras de una hoja hasta el curso de un río y sus afluentes. Este trabajo le permitió consolidar su nombre y llegar con sus piezas a Londres, Turquía y Hong Kong.

Hoy su interés está en la cerámica y su lugar de trabajo ha evolucionado con ella. Ahí instaló su torno

de cerámica y poco a poco las repisas de las paredes se han ido poblando de piezas hechas con sus manos. “La idea de la tierra siempre me ha cautivado, la estaba llevando al bordado y las fibras naturales, pero al trabajar con la cerámica se trabaja directo con la tierra, ya no era una metáfora. Hay algo muy maternal en ella, es la Pachamama”, explica. En este proceso su gran mentora ha sido la geóloga y ceramista Pelusa Rosenthal, del Centro de Arte Curaumilla.

Siempre con la naturaleza como referente, Juana recolecta materiales donde esté: arena del río Mapocho, ceniza volcánica de la Región de O’Higgins o tierra de Curaumilla, que le sirven para construir sus propias bases, que luego se transformarán en objetos de porcelana o cubos con diferentes texturas.

Esta constante observación e interés por el entorno natural está en su ADN; su adolescencia en Punta Arenas y sus viajes en familia a las Torres del Paine la marcaron. “Siempre ando recolectando materiales de la naturaleza, mis amigos y familia siempre me traen arena y tierra de los lugares que visitan”, cuenta. A su amor por lo verde se sumó su interés por estudiar y entender los procesos naturales y creativos, que se puede ver a simple vista sobre su escritorio: ahí se asoman libros del reino fungi, anatomía, artesanía y arte textil.

VUELTA A SU LUGAR

Tras varios meses trabajando en su departamento en Providencia, volver a su espacio ha sido una oportunidad. “La pandemia me permitió reestructurarme y que apareciera lo nuevo”, dice. Lo que por estos días capta su atención, junto a la cerámica, es el hilado. La nobleza de este oficio ancestral la llevó a viajar al Valle Sagrado en Perú para aprender más del textil andino y a Colchane, en la Región de Tarapacá, para conocer la técnica de las tejedoras de la zona. Así, su trabajo ha ido evolucionando hacia una mezcla entre lo textil, la cerámica y la fotografía. “Me gusta la tierra, sus raíces y recolectar cosas de ella; transformarlas en objetos de arte es lo que me apasiona”, confiesa.

Uniendo sus más recientes intereses, hoy está trabajando en la instalación artística que realizará el próximo año en la galería NAC. Se trata de múltiples piezas de cerámica sonoras. “Son unos honguitos en forma de campana que se sostienen con lana de alpaca hilada a mano por una amiga, Rogelia Castro. Es el resultado de dos giros: el del vellón y del torno cerámico. Un lenguaje común para dos materiales primarios”, adelanta.

“Este es mi taller, mi espacio. Pero por aquí pasan muchas personas, somos cerca de ocho mujeres que usamos este lugar para crear. Para mí la colaboración es la base”, sentencia mientras camina por el jardín de su nuevo lugar de creación.

Taller

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2022-01-03T08:00:00.0000000Z

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