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Vivir en el centro

Texto: Valentina de Aguirre Fotos: Pablo Casals Aguirre

Un departamento impactante en un edificio icónico. Una remodelación que lo devolvió a sus raíces. Una de las mejores vistas de Santiago. Todo se conjuga en este espacio, un hallazgo inesperado en medio del centro de la ciudad.

Mientras vivían en una casa que habían remodelado en Providencia hace varios años, una pareja se encontró con una noticia: había un departamento disponible en el Edificio Santa Lucía, más conocido como el Buque o el Barco, por la curva que sigue la forma del cerro Santa Lucía y por sus pequeñas ventanas redondas. La construcción, hecha a principios de los años 30, es una de las obras emblemáticas de los arquitectos Sergio Larraín García-Moreno y José Arteaga. “Cuando lo vinimos a ver nos encantó inmediatamente”, cuentan sus dueños. “Nosotros somos una familia chica, y aunque el departamento tiene 500 m2, tiene muy buenas medidas, es un lugar donde es agradable estar”. Además, los dueños soñaban con vivir en el centro. “Cuando vivíamos en Providencia, veníamos todos los fines de semana a este barrio. Mi mujer es paulista y nos gusta mucho andar en la calle, nos gusta la gente. Además está el cerro, que es un pulmón y uno de los parques más lindos que hay en Chile”.

Aunque el departamento tenía una muy buena base, los dueños decidieron remodelarlo para acercarse más a su origen. Este proyecto estuvo a cargo del arquitecto Alejandro Valdés, de la oficina Amunátegui Valdés Arquitectos. “Es muy interesante la nobleza que tiene el departamento en cuanto a su construcción. La concepción de este edificio es un ejercicio extremadamente

arquitectónico, que es lo que le da carácter al edificio: cómo toma la esquina, cómo se hace cargo de la calle Merced, del Santa Lucía… Es como un transatlántico que va navegando”, dice Alejandro.

La remodelación incluyó cambiar las ventanas por vidrio acústico, toda la gasfitería y la electricidad de nuevo, la pintura, sacar algunos cielos falsos que bajaban la altura original y restaurar el piso de la terraza. También lograron recuperar el parquet original, que sellaron con un producto traído de Alemania para lograr un acabado completamente opaco.

La gran intervención arquitectónica que hizo Alejandro fue en el acceso al departamento. Originalmente era un espacio con muros rectos; un repartidor hacia el living, la salita, la cocina y la escalera que lleva el segundo piso, sin mucho carácter. “Le faltaba un elemento de contención”, dice Alejandro. “Empecé a probar, hicimos maquetas y finalmente decidimos hacer una bóveda con cuadernas de barco de madera forradas. Le cambia el carácter al acceso”. Cuando la bóveda estuvo terminada, vino la elección del color. “Si lo dejábamos blanco iba a parecer el sinfín de un estudio fotográfico. Me acordé entonces del Museo Thyssen en España, obra de Rafael Moneo, premio Pritzker de arquitectura. Busqué el pantone del color de ese museo, lo pinté y funcionó. Es un color calmo, pero inesperado”.

Otra de las características del departamento que enamoró a sus dueños fue la doble circulación. Pensado originalmente como un área para el servicio, decidieron dejar estos espacios para habilitar sus propias oficinas. Es como estar en la casa, pero a la vez tienen independencia total; es casi como un segundo departamento.

Después de subir la escalera, pintada verde oscuro -en este departamento los colores inesperados son parte del recorrido-, se llega al segundo piso, donde están los dormitorios. Ahí, una gran puerta amarilla corredera da la bienvenida a la pieza principal, que es como estar en un hotel. Con un pequeño escritorio, un living y un baño al que le construyeron un baño de vapor, este espacio es realmente un lugar de desconexión. En el mismo nivel está también el dormitorio de su hijo y una pieza de invitados, unidos a través de un baño.

Para armar el departamento usaron muchos de los muebles que tenían en su anterior casa, pero también hicieron varios a medida, a cargo de la fábrica de muebles Valdés. Y en la salita, que a veces usan también como comedor, aprovecharon los libreros que estaban en el departamento, que creen que son de alguna remodelación hecha en la década del 50.

Y aunque llevan solo dos meses instalados, y aún faltan algunos cuadros y lámparas por colgar, esta casa ya se siente vivida. “Desde que estamos acá voy todos los sábados caminando a comprar pescado al mercado. Vuelvo y hacemos un ceviche; es muy entretenido. También vamos al museo con nuestro hijo, salimos a comprar queso, vino, pan, de todo… Ahora no concibo vivir en otro barrio. Después de vivir acá, no podría cambiarme. Finalmente esto era lo que buscábamos”, cuenta su dueño.

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2022-01-03T08:00:00.0000000Z

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