ED HABITAR

Geografía

Fotos Andrés Maturana Texto Valentina de Aguirre

Matanzas, Chile

Esta familia santiaguina decidió hacer un cambio de vida e instalarse en Matanzas, donde tenían una pequeña cabaña que usaban para ir los fines de semana. Ahí han logrado involucrarse con la comunidad, crear una reserva, recuperar el paisaje nativo y ahora están a punto de inaugurar un colegio que fomenta la conexión con el ecosistema natural.

Rosario y su marido Ricardo, empezaron a ir a Matanzas, en la región de O’Higgins, para aprovechar el agua y el viento. Al principio arrendaban una casita en el pueblo, pero cada vez se sumaban más amigos y ellos estaban fascinados con el lugar, así es que hace 14 años se construyeron una cabaña para ir los fines de semana. Y las estadías empezaron a ser cada vez más largas. Aunque vivían en Santiago, pasaban mucho tiempo en Matanzas y tenían varios emprendimientos en la zona, como el restorán La Lobera, junto a otros socios.

“En un minuto nos dimos cuenta de que necesitábamos más tiempo en Matanzas, nos hizo sentido venirnos a vivir acá. Por nuestros emprendimientos trabajábamos mucho el fin de semana y en la semana podíamos hacer deporte y más vida familiar”, cuenta Rosario. Para hacer el cambio definitivo a Matanzas, tomaron la cabañita que se habían hecho varios años atrás y la mejoraron. Junto al estudio de arquitectura WMR, hicieron una parte nueva y conectaron las dos construcciones. Así, la parte antigua quedó para los niños y en la parte nueva dejaron los espacios comunes y el dormitorio principal.

Una de las cosas que más les gusta de su vida en Matanzas es que han encontrado mucha diversidad cultural. “Eso ha sido súper entretenido, porque en Santiago uno se mueve en los mismos ambientes: los amigos de la vida, los de la universidad, los del colegio de los niños. Acá los grupos son mucho más heterogeneos”, reflexiona Rosario.

El cambio de vida significó también poder pasar más tiempo en familia, que era algo que buscaban. Sus hijos iban al colegio, ellos podían trabajar y también disfrutar de la naturaleza en cualquier minuto de la semana. Además del tiempo ganado, se dieron cuenta de que en la comuna había muchas necesidades, que podrían aportar: “Siempre con mucho cuidado, porque uno viene con el ritmo acelerado de la ciudad y acá todo es más tranquilo”, cuenta Rosario.

Fue así como, junto a otros socios, crearon el Parque Reserva El Maitén, 188 hectáreas de conservación que incluyen un parque deportivo para la comunidad, que está enfocado en el mountain bike y trekking; quebradas de bosques nativos, los de mayor tamaño en la zona; dos loteos y una fundación para el desarrollo local, que busca dar a conocer los bosques nativos y la importancia de su cuidado.

Con la llegada de la pandemia el año pasado, también empezaron a llegar nuevos vecinos. Muchos que tenían casas en Matanzas para ir el fin de semana, se instalaron, y varios empezaron a ver la posibilidad de migrar definitivamente. Pero la educación era un tema importante. “La oferta que había en ese entonces no satisfacía las necesidades de las familias”, cuenta Rosario. “Nos empezamos a dar cuenta de que probablemente tanto nosotros como ellos en algún minuto íbamos a tener que volver a Santiago. Por eso, nos asociamos con dos familias más y junto a Fernanda Witt y Lucía Buttazzoni fundamos el colegio Humboldt”.

Después de investigar profundamente lo que había en educación, lo que decía la neurociencia y la psicología y ver lo que les hacía sentido, decidieron implementar un currículum internacional bilingüe, un proyecto que enseña y favorece el aprendizaje de conocimientos y habilidades globales mediante experiencias enriquecedoras y auténticas, y que, teniendo en cuenta el entorno, fomenta la conexión con el ecosistema natural y humano.

Para Rosario este entorno natural siempre ha sido un tema. Geógrafa de profesión, se especializó en la conservación de áreas protegidas y después descubrió el mundo de la arquitectura del paisaje.

Ahí nació Estudio Terráneo, la oficina de paisajismo que tiene junto a Catalina Valenzuela. “Me interesa mucho la recuperación del paisaje; me gusta mirar alrededor y ver cómo era el paisaje naturalmente para intentar recuperarlo, porque uno se encuentra con muchos suelos erosionados por sobrepastoreo o por el cultivo de eucaliptos, por ejemplo”, dice.

Esto se puede ver también en el jardín que ha hecho en su casa, donde hay especies como chamizas, chaguales, malvilla costera, cipreses, huilmos, dietes y patas de guanaco. Un ecosistema que se funde con el paisaje natural, siempre con la flora nativa como protagonista. Una mirada respetuosa con el entorno, que, tal como en todo lo que han hecho en estos años en Matanzas, intenta “construir de forma respetuosa, siempre escuchando lo que pasa a nuestro alrededor”.

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2021-09-01T07:00:00.0000000Z

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